Puertas abiertas

Puertas abiertas

Eran las cinco de la tarde y el calor sofocaba el pueblo, como si el sol quisiera castigar a sus habitantes por pecados que ni ellos recordaban haber cometido. Ana eligió un vestido blanco para su caminata, como si ese color pudiera envolverla en una serenidad que no encontraba en ninguna otra prenda.

Mientras recorría las calles, las puertas abiertas de las casas dejaban entrever la rutina de los habitantes de San Pedro. La hija de la señora Irene se quejaba de sus deberes escolares; Antonio, el panadero, tomaba la siesta, y Doris, su mujer, planchaba en silencio para no perturbar sus sueños. Ana observaba atentamente, pero sin detenerse demasiado.

Desde que aprendió a caminar, sus padres le inculcaron las normas de convivencia, y ella las cumplía sin cuestionarlas. Esta pequeña población, de menos de mil habitantes y emancipada del resto del mundo, se regía por una ley simple pero radical: cero privacidad. Hace sesenta años, los habitantes de San Pedro, hartos de las complicaciones que generaban la mentira, la delincuencia y la pobreza, tomaron una decisión revolucionaria: vivir con las puertas abiertas. Un referéndum selló el destino del pueblo. No más secretos y no más bienes privados. Todo era de todos. Esa ausencia de muros entre las personas debía garantizar la armonía, la seguridad y, sobre todo, la libertad. Esta sociedad, que se autodefinía como moderna y de avanzada, consideraba que la privacidad estaba sobrevalorada; y así llegó la Revolución. Se acabaron los secretos, los rumores, las intrigas y también la delincuencia, ya que las leyes eran claras: nada te pertenece.

Ana conocía la historia de la Revolución de memoria. Su padre le contaba que una de las cosas que llevó más tiempo erradicar fue la actitud individualista, hacerle entender a la gente que debía priorizar el beneficio de todos, es decir, amar a nuestra comunidad por encima de todas las cosas. Ese era el lema de la ciudad: San Pedro, revolucionamos el amor comunal.

Manolo, su padre, era un hombre noble y paciente, un caballero dedicado a su esposa y especialmente a su hija. En sus relatos, recordaba los libros como artefactos mágicos: “Podías viajar, reír, llorar… pero también eran peligrosos, hija. Sembraban ideas que amenazaban nuestros ideales”. Él estaba convencido de que, sin la llegada de la Revolución, el mal se habría apoderado de todos. Siempre le recordaba a Ana que debía agradecer que vivía en el lugar más seguro del mundo, donde la maldad no existía y el amor lideraba.

Ana nunca se atrevería a confesarlo, pero hubiera deseado conocer el contenido de esos fulanos libros y, quizás así, entender mejor el pasado. A sus doce años, Ana era una niña dulce, servicial y callada. Un tesoro para sus padres, que se enorgullecían de su crianza ejemplar. Los vecinos la adoraban. Algunos estaban seguros de que, con su pureza angelical, terminaría tomando los votos para dedicarse por completo al servicio del prójimo.

Era la mejor representante de San Pedro, una niña que sabía valorar y respetar el lugar que le permitió vivir en libertad. Todos disfrutaban teniéndola cerca, especialmente sus familiares cercanos. “Siempre es un gusto abrazarte, sobrina querida”, le decía su tío Ernesto, hermano de su madre.

Ana, siempre dulce y obediente, abría los brazos para recibir aquellos cálidos abrazos del tío “Nesto”, como ella le decía desde pequeña. Hacía un año que Ernesto se había mudado cerca de la familia. Ayudaba llevando a Ana a sus clases de religión y la acompañaba hasta que sus padres regresaban de trabajar, así que ellos lo consideraban un apoyo invaluable.

Aquella tarde de enero, mientras Ana caminaba por San Pedro, sabía que al regresar de su caminata su tío estaría en casa. Seguramente habría preparado una deliciosa jarra de limonada con jengibre y le ofrecería una merienda. Sin embargo, continuó con su paseo.

Las calles estaban vacías, ya que la temperatura aquel día superaba los 40°. A pesar de ello, Ana sentía la necesidad de continuar su recorrido. Una energía intensa la empujaba a seguir y se apoderaba de sus piernas. Aumentaba el ritmo de sus pasos, alejándose cada vez más de casa, pero sabía que eso, en realidad, no sería un problema.

Casi sin darse cuenta, llegó al acantilado. Apenas había visitado ese lugar antes, pero ahora le resultaba inevitable. Se paró en el borde, dejando que el viento le despeinara el cabello. Era consciente del peligro de estar cerca de la orilla, pero una pizca de rebeldía se había activado aquel día dentro de ella. Se sentó a admirar el paisaje y a imaginar cómo sería el mundo más allá del vallado. ¿Qué tipo de vida llevaban las personas que leían, cerraban puertas, compraban cosas y encerraban secretos? ¿Eran felices al pensar solo en sí mismas?

Recordó cómo sus pensamientos se volvieron más oscuros el último año, una sensación de incomodidad constante que no podía explicarse. Durante días intentó encontrar respuestas en los adultos, pero solo recibió evasivas.

«El pasado está lleno de fantasías, hija. No pierdas el tiempo pensando en esas cosas. Eres diferente, más madura que las demás niñas. Concéntrate en ser útil para todos», esa fue la respuesta que le dio su madre cuando se atrevió a preguntarle cómo funcionaban las puertas, las rejas, las cortinas, las contraseñas, las cámaras de seguridad y todos aquellos artilugios que mencionaban quienes fueron testigos del pasado.

Ese día sospechó que su madre, en realidad, no lo sabía. Como era unos años menor que su padre, no vivió en aquella época. Por ende, no tenía las respuestas y prefirió enojarse antes de ser honesta con respecto a su ignorancia. Jamás iba a aceptar que había algo que desconocía.

El peso de los últimos meses se acumuló en su pecho como una piedra. Cerró los ojos, tratando de apartar las dudas que últimamente la acosaban. Intentaba inhalar profundamente, pero el aire parecía no llegar a sus pulmones.

“¿Por qué siento esto?”, pensó. Recordó las miradas de orgullo de sus padres, los abrazos cálidos de los vecinos, los comentarios sobre su futuro prometedor. Pensó en su tío y en lo mucho que había ayudado a la familia. Todos hablaban de su fortaleza, sin embargo, ella se sentía muy cansada.

¿Esas fulanas cámaras podrían haber capturado para poder mostrar a sus padres la inquietud que la carcomía? ¿Había algún libro podría explicarle el porqué de todo esto? No quería dudar de la palabra de su tío, pero a pesar de sus explicaciones, ella no lograba entender, ¿por qué era necesario que él la tocara de esa manera? Recordó la pesadez de su respiración sobre su cuello, los sonidos ahogados que escapaban de su boca, y una vez más su cuerpo paralizado escuchaba las palabras que él solía susurrar: «Gracias, Anita, mi niña.»

Una ráfaga de viento la sacó de sus pensamientos. Se puso de pie, mirando el vacío. Las palabras de su madre resonaron una vez más en su cabeza: «Las epidemias siempre empiezan con los más débiles.»

Se acercó aún más a la orilla, envió un beso al aire dirigido a sus padres y se arrojó al vacío.


Gracias por tomarte el tiempo de leer esta historia. Tu apoyo es invaluable para mí como escritora.

Este cuento está protegido por derechos de autor, al ser una obra original, su reproducción, distribución o apropiación no autorizada es ilegal.
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16 comentarios

      • Suri

        Guarde tiempo para leerlo y que bueno. Camine con Ana y sentí el viento que dulcemente la llevaba a su destino. Muy buen final.

        • Majo

          Por todas las Anas que no han sido escuchadas. ¡Gracias por leerme, Suri!

  1. Gabriela Alexandra Martínez Nuez

    Me invadieron unas ganas fuertes de poder abrazar a Ana; Majo me hiciste viajar a través de tu cuento, gracias x eso.

    • Majo

      ¡Gracias, Ela! Significa mucho para mí que te hayas tomado el tiempo de leerlo. Abracemos a todas las Anas.

  2. Yolfer

    Me gustó mucho leerte, es un cuento que quieres seguir leyendo, quieres saber qué va a pasar, eso te atrapa y me encanta, además, ese final oscuro le da poder a este maravilloso cuento que has creado. ¡Felicidades!.

      • Sand Bulfon

        Este cuento me atrapó desde el principio, tiene una descripción tan exacta de lo que quieres transmitir que empuja a serguir leyendo. Es una historia difícil de contar y un final que no esperas, pero impacta y eso es lo que lo hace maravilloso. Majo me encanta leer-te y que lindo verte «crecer». Gracias por compartir tus creaciones!! ❤️

        • Majo

          Escritura sanadora, para una vida más ligera. Gracias, San… tus palabras significan mucho para mí.

  3. Rosalyn Ramos

    Imposible no sentir las emociones de Ana, un final inesperado, pero, un relato impecable… Amé ❣️

    • Majo

      ¡Muchas gracias, Ross! Me hace muy feliz tu comentario. Un abrazo.

  4. Natalia isabel

    Fue muy duro , desde el principio habia algo q me sonaba q oscuro. Me encantó como me has hecho sentir. Gracias

    • Majo

      ¡Gracias a ti por tomarte el tiempo de leerlo, Nati! Un abrazo enorme.

  5. Mari Carmen López Munuera

    Tremendo cuento Majo!! Es increíble como escribes! Consigues con tus palabras calar en lo más hondo de mi corazón ❤️

    • Majo

      Mari, que bella eres, muchas gracias. Este tipo de mensajes me motivan muchísimo.

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