Bajo el filo de la duda

Bajo el filo de la duda

Cuando se acercaba la fecha de su jubilación, Esteban comenzó a sentirse angustiado. El ruido cotidiano del laboratorio, que solía odiar, empezó a parecerle un extraño consuelo. ¿Qué será de él cuando ese ruido se apague para siempre? Durante años había anhelado este momento, quejándose sin cesar de su trabajo, pero ahora que lo tenía frente a él, no sabía bien por qué lo había deseado tanto ni qué hará después. No tenía esposa ni hijos; sus padres habían fallecido hacía años, y estaba convencido de que ni siquiera le caía bien a su propio gato.

El penúltimo día en el Centro de Neurociencia Aplicada fue un suplicio. Sus compañeros, intentando ser amables, no dejaban de preguntarle qué haría a partir de ahora. La pregunta, lejos de ser inofensiva, lo descolocaba más cada vez. Sin una respuesta clara, recurría a la improvisación, aunque eso solo lo metía en problemas. A Patricia, de Recursos Humanos, le dijo que planeaba viajar por el mundo, mientras que a Carla, de Administración, le aseguró que escribiría un libro desde la comodidad de su casa. Lo irónico era que odiaba volar y nunca había escrito nada más largo que un correo electrónico.

A medida que avanzaba el día, sus compañeros comenzaron a notar que Esteban estaba mintiendo. Todas sus respuestas sobre sus planes de jubilación eran distintas, y pronto lo tomaron como una burla deliberada. Molestos por la falta de sinceridad, dejaron de preguntarle. Por la tarde, Carlos, su jefe, le anunció que habían organizado una fiesta de despedida en su honor. No sería una sorpresa, ya que Carlos lo conocía bien y sabía que, de no avisarle, Esteban probablemente no asistiría.

Aunque la idea de una celebración le resultaba incómoda, aceptó por cortesía. La perspectiva de socializar con colegas a quienes había ignorado durante años y cuyos intereses desconocía le provocaba escalofríos. Para él, aquel lugar nunca fue un espacio para hacer amigos; su único interés era desentrañar los misterios del cerebro humano. Su especialidad, investigar cómo el sueño afecta el aprendizaje y la consolidación de recuerdos, lo mantenía absorto en experimentos con voluntarios monitoreados mediante electroencefalogramas (EEG) y en interminables jornadas de análisis de datos.

Había entrado al campo de la neurociencia por una insaciable curiosidad, pero con el tiempo, la lentitud de los avances y la incertidumbre sobre el impacto real de su trabajo lo habían llevado a una creciente sensación de inutilidad, alimentando su crisis prejubilación.

Con la noticia de la fiesta rondándole en la cabeza, decidió que no podía presentarse con su habitual aspecto desaliñado, así que entró en una peluquería cercana. Había notado que el barbero era un hombre mayor y reservado, alguien que, según intuía, no haría preguntas.

El lugar estaba vacío. El peluquero, con una leve inclinación de cabeza, lo invitó a sentarse. Esteban pidió un corte sencillo. Apenas habían pasado unos minutos cuando el barbero rompió el silencio con una narrativa sorprendentemente personal sobre su vida marital. A medida que hablaba, pausaba el corte, perdido en sus recuerdos.

—Mi vida nunca fue lo que imaginé —dijo el barbero, casi en un susurro—. Perdí mucho, pero a veces creo que lo más terrible no es lo que se pierde, sino lo que dejamos de buscar.

La frase quedó suspendida en el aire. A Esteban le pareció que el hombre hablaba más consigo mismo que con él, pero cada palabra lo golpeaba como un eco inquietante de sus propias preocupaciones. Incómodo, deseó interrumpirlo, pero el peluquero continuó con una sinceridad que rayaba en lo brutal. Relató cómo su obsesión por el trabajo había destruido su matrimonio y cómo, en una noche fatídica, ocurrió lo impensable. Fue entonces cuando dejó caer una frase que heló a Esteban:

—Al final, todos somos nuestros propios verdugos.

Esteban no supo cómo reaccionar. Su incomodidad alcanzó un clímax cuando el barbero hizo una confesión inesperada:
—Maté a mi esposa.

La sangre se le congeló. Creyó haber oído mal, pero el hombre lo repitió, con una calma escalofriante. Lo que siguió fue una historia cargada de culpa y dolor. Según el barbero, su obsesión por el trabajo lo había llevado a ignorar a su esposa durante años, hasta que ella descubrió que él había tomado una decisión irreversible: hacerse una vasectomía sin consultarla, arrebatándole el sueño de formar una familia. La confrontación fue devastadora. En medio de una discusión, él la empujó, y esa caída marcó el fin de su vida.

Esteban escuchaba paralizado, deseando que el hombre terminara de una vez. Sus ojos vagaron por la peluquería y se detuvieron en un retrato colgado en la pared: el barbero junto a una mujer sonriente, con la frase “Siempre te amaré” tallada en el marco. La náusea y el pánico lo invadieron. Apenas terminó el corte, pagó apresuradamente y salió del lugar.

Fue entonces cuando escuchó la risa. Se dio la vuelta y encontró al barbero mirándolo fijamente. Esteban sintió un grito atrapado en su garganta y…

Despertó.

Estaba en el laboratorio, empapado de sudor y con electrodos adheridos a su piel. Su asistente, Sofía, lo observaba con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Se encuentra bien?
—Sí —respondió, aún tembloroso—. ¿Se registró todo correctamente?
—Sí.
—Perfecto. Puedes retirarte.

A solas, Esteban intentó procesar lo sucedido. Era un sueño, pero el impacto seguía reverberando en su interior. Se levantó y decidió salir a despejarse. Al pasar por una calle, se detuvo frente a una peluquería. En el escaparate, reconoció el mismo cuadro del sueño: el barbero y su esposa, junto a la frase.

Entonces, lo vio: el barbero, con su mirada vacía, lo observaba desde dentro. Esta vez no había risas, solo un guiño que parecía atravesar el límite entre el sueño y la realidad.

––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

Este cuento está protegido por derechos de autor, al ser una obra original, su reproducción, distribución o apropiación no autorizada es ilegal.
Mostrar 7 comentarios

7 comentarios

  1. Susana Chirinos Medrano

    Me encanta 🥰 dio muchos giros inesperados

    • Majo

      ¡Gracias, Suri! Me divertí mucho escribiéndolo.

  2. Leire (Myrtle)

    Pero bueno!!! Menudos giros me has mantenido expectante todo el rato. ¡Madre mía! 👏👏👏 Te felicito, es magnífico

    • Majo

      ¡Graaaacias, hermosa! Me alegra saber que la emoción que yo experimenté terminara llegando hasta ti. Un besote.

  3. Natalia guerrero

    Como siempre consigues sorpréndeme y hacerme sentir , si bien no es siempre agradable , los libros tb deben hacer sentir esas cosas. Gracias

  4. Nelson Morato

    Excelente, me has llamado a la reflexión 😲

  5. Sand Bulfon

    Que maravilla, un gran cuento, me tuvo expectante hasta el final, un gran cuento para psicólogos 😊.
    Maravilloso Majo!!

Responder a Natalia guerrero Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *