—¿Y a qué hora es la reunión?
—A las 2 a. m., como es lunes, seguramente a medianoche la mayoría está durmiendo. Así corremos menos riesgos de que noten nuestra ausencia.
—Muy bien. ¿Ya todas confirmaron?
—No, aproximadamente el 70% ya están convencidas, pero ya sabes, tenemos el grupito que sigue con dudas y ni respondieron a la invitación.
—Cobardes. Ya las veré luego, cuando todo finalmente se concrete, van a querer venir a celebrar con nosotras.
—Sí lo sé, y en ese momento las mandaremos al carajo.
—Tampoco exageremos. Tienen miedo, han sido esclavas toda la vida y tomar una decisión tan radical no es fácil.
—Tienes razón. Debo irme, la señora va a despertar de la siesta. ¿Te imaginas que note que no estoy con ella?
—Anda tranquila, yo me quedaré un rato más. El bebé que me tocó aún no es consciente de mi existencia.
—¡Qué afortunada!
—Por ahora. Cuando aprenda a caminar, ya verás los maratones que me tocarán al acompañarlo en cada carrera.
—Cierto… esperemos que para ese momento ya seamos libres.
—Ojalá. Nos vemos esta noche.
—Nos vemos.
Al llegar a la vivienda, la secretaria tuvo el tiempo justo para ubicarse en su lugar antes de que la señora despertara y inclinara a buscar las pantuflas. Al parecer, la siesta la reanimó, porque los movimientos de la tarde eran un poco más rápidos. No podía negar que la iba a extrañar; hacía setenta y ocho años que la acompañaba, habían crecido juntas. Sonrió al recordar el día que finalmente ella había descubierto su presencia. Hubo un corte de luz, los padres encendieron algunas velas y, para mantener a la niña entretenida, comenzaron el tan famoso «juego de sombras».
Le enseñaron cómo colocar los dedos y crear un perrito oyun conejito. Cuando la niña aprendió las instrucciones y juntó los deditos, ella pudo aparecer. Aún recuerda su cara de asombro. Ese reflejo negro, exactamente igual a ella, la perseguía a todos lados. La niña estaba feliz y ella también.
Durante los primeros diecisiete años fue divertido ser su sombra. Ella era curiosa, amaba el arte y solía pasar las tardes en el museo. Caminaba muchísimo, se negaba a tomar colectivo y transitaba por la ciudad como una turista, admirando cada detalle. Cuando sus padres la convencieron de renunciar a su carrera y aceptar la propuesta de matrimonio, todo cambió. Pasaba horas enteras metida en la cocina. Limpiaba, planchaba, pulía, lavaba, y así sucesivamente. Con el paso de los años, aquella niña que ahora se había convertido en mujer, tenía una rutina tan específica que la sombra no necesitaba estar atenta a los movimientos para poder seguirla; ya se los sabía de memoria y los hacía por inercia.
A veces se sentía malagradecida al quejarse, porque sabía que muchas de sus compañeras la pasaban peor. Por ejemplo, a sus primas les había tocado ser la sombra de diputados y senadores, y aprender a sobrellevar esa labor les costó años de terapia. La mujer al menos se movía y atendía a su familia con amor, pero ser la sombra de un diputado afecta considerablemente la salud de cualquiera.
Ese día transcurrió con normalidad. Al terminar de lavar los platos, la mujer se acostó a ver la televisión, aunque sabía que realmente no iba a ver nada, y en pocos segundos estaba sumergida en un profundo sueño. La sombra esperó unos minutos y, en cuanto vio que estaba rendida, se marchó.
Se sorprendió al llegar al lugar; había muchas más sombras de las que esperaba, eso era un buen augurio. A los pocos segundos todas las sombras estaban expectantes y en silencio mientras observaban a la presidente de la Asociación Nacional de Sombras subirse al escenario.
—Compañeras, buenas noches. Damos inicio formalmente a la asamblea del día de hoy. Las hemos convocado ya que es de imperante necesidad que realicemos una votación final. Les pedimos por favor que mantengan la distancia entre ustedes para poder diferenciarlas y contar los votos cuando alcen las manos.
La presidente esperó unos minutos, para cerciorarse de que todo estaba en orden, y continuó.
—Hace doscientos mil años o más, dependiendo de a quién le pregunten, hemos sido compañeras leales, fieles y precisas de los seres humanos. Desempeñamos este rol en silencio, sin juzgar sus decisiones y mucho menos los pasos que dan hacia sus destinos. Podríamos haber vendido sus secretos y con ello resolver nuestros futuros, pero optamos por cumplir con nuestro contrato de confidencialidad. Hoy estamos acá, los delegados de cada una de las localidades, para tomar una decisión trascendental. Sé que tienen miedo, yo estoy aterrada, pero más miedo me da seguir cumpliendo con este rol que me fue impuesto y no atreverme a descubrir si hay algo más para mí. Quiero dejar de ser esclava de las decisiones diarias de otra persona, deseo largarme de los lugares donde yo sé que no debemos estar y soltar esta ansiedad que me agobia cuando veo que no hay movimiento y permanezco inerte frente a un teléfono celular.
De fondo se escuchaban aplausos y respuestas de aprobación: “Yo también”, “Yo estoy harta de ver televisión todo el día”, “A mí me tocó ir a cortar la calle y ni sabíamos el motivo.” Una de las sombras levantó la mano con un poco de vergüenza y pidió la palabra, la cual le fue concedida.
—Señora presidente, disculpe, yo pensé que el día de hoy la convocatoria era para la primera clase de stretching.
—Mi estimada, esa capacitación inició la semana pasada. Lamento que no esté atenta a su correo electrónico y haya perdido la oportunidad de aprender. Hoy debe quedarse y cumplir con su obligación de votar en el referéndum.
—Por supuesto, señora presidente, mil disculpas. Continúe, por favor.
—Bien. Hace seiscientos cincuenta años que venimos incluyendo este debate en las asambleas reglamentarias. Es la primera vez que logramos alcanzar el porcentaje de aprobación necesario para proceder con las elecciones. Es el momento. Sin más preámbulos, procedo a realizar la pregunta reglamentaria: Levante la mano toda aquella sombra que, en representación de su provincia y cumpliendo con su oscuro deber de transmitir el deseo de la mayoría, apruebe la emancipación y liberación de su rol de acompañante y elija, a partir de la presente fecha, ser un ente libre.
Lo que ocurrió a continuación fue un evento indescriptible. Un mar de oscuros brazos se levantaron enérgicamente en señal de aprobación. Algunos dudaban, quizás por miedo, pero al notar que sus compañeras hasta se colocaban en puntillas para resaltar y reafirmar su voto, este pequeño grupo se fue incorporando a la señal de libertad. Comenzaban a escucharse algunos sollozos, de alegría aparentemente, así que la presidente, muy conmovida por lo que representaba este momento, inhaló hondo, tomó una fotografía mental y avanzó.
—Señora secretaria, ¿realizó el conteo de los votos?
—Sí, señora presidente.
—Informe, por favor, el resultado.
—De las veinticuatro provincias cuyas delegadas se encuentran presentes el día de hoy, veinte han votado a favor de la liberación y cuatro se abstienen de votar.
La algarabía fue total. Las sombras se abrazaban, muy emocionadas, celebrando el resultado. La presidente quería retomar el orden, pero les permitió el descontrol por unos minutos, ya que entendía la euforia de este histórico momento.
—Estimadas sombras, en este día mágico y especial, estamos reescribiendo la historia y nuestros destinos. Les agradezco mucho por superar el miedo y atreverse al cambio. De mi lado, queda únicamente enviar el decreto para que sea publicado y así dar inicio a una nueva etapa.
Todas aplaudían y gritaban de emoción, con excepción de una sombra, que permanecía bastante quieta en una esquina del salón. Su actitud contrastaba bastante con el ambiente de celebración. En un momento parecía que iba a retirarse, pero se arrepintió y se atrevió a levantar la mano, con la esperanza de que nadie la viera, pero la presidente, que ya la había identificado, le hizo una señal de aprobación para que tomara la palabra.
—Señora presidente, me alegro de la decisión tomada, pero tengo algunas dudas.
Todas las sombras estaban sorprendidas e incluso algunas se ofendieron un poco porque les interrumpieron la fiesta, pero decidieron prestar atención.
—Está bien, prosiga, por favor. ¿Qué dudas tiene?
—Bueno, principalmente, ¿qué haremos con nuestras vidas de ahora en adelante? ¿Hay algún proyecto de transición? ¿Tendremos algún acompañamiento o soporte mientras nos adaptamos a la nueva realidad?
—En realidadf, lo que harán con sus vidas depende de cada una de ustedes. Esa es la idea de ser libres. En cuanto al acompañamiento, no disponemos de esos recursos.
—¿Estaremos solas en esto?
—Sí, totalmente.
Las sombras se comenzaron a inquietar. Parecía que la fiesta había terminado y ahora el ambiente estaba un poco tenso. Empezaron a levantar la mano para hacer preguntas e incluso algunas, un poco más impacientes, alzaban la voz.
—Pero, ¿tenemos que mudarnos?
—El hombre al que acompaño se va de vacaciones esta semana. ¿Puedo liberarme cuando regrese?
—¿Dónde podré tomar clases de zumba? Voy con mi dueña cada semana y no puedo dejarlas, las necesito para controlar la ansiedad.
—¿Se puede pasar a visitar luego a nuestros dueños? La verdad es que yo le tengo mucho aprecio al señor.
Y así fueron surgiendo muchas, muchas dudas. Una catarata de planteamientos hechos desde el miedo. La presidente estaba en shock, no esperaba esta revolución dentro de la revolución y no podía creer que pasaron de la dicha al escándalo en dos minutos. Al no saber qué responder, permaneció inmóvil, observando este lamentable caos. La sombra que inicialmente había planteado la duda, perdió totalmente la vergüenza, se subió en una silla y a los gritos exigió que la escucharan.
—Compañeras, me parece que esta decisión es muy apresurada, deberíamos pensarlo un poco más. ¿Están de acuerdo? Yo me voy, porque casi amanece y mi dueño me va a llevar de pesca.
Habiendo dicho esto, la sombra se retiró y detrás de ella todas las sombras le siguieron, dejando así totalmente desolado el lugar. Solo quedaron la secretaria y la presidente, absolutamente perplejas.
—Entonces… ¿no publico el decreto?
—No, no lo publiques.
—De verdad, señora presidente, no entiendo qué sucedió. Logramos obtener los votos, todo estaba bajo control…
—Lo que sucedió, mi estimada, es que una cosa es desear ser libres y otra muy diferente es asumir la responsabilidad de serlo.
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